jueves, 10 de marzo de 2011

COLEGIOS Y PROFESORES MAFIOSOS


La educación en nuestro país se ha convertido, para muchos empresarios, en una manera fácil de hacer dinero. Muy poco les interesa la formación de los niños y jóvenes. La prueba es la creación de cientos de universidades e institutos que se dedican a estafar a los padres que sueñan ver a sus hijos convertidos en profesionales. También están las universidades con un prestigio mayor, si, pero que cobran absolutamente de todo y a precio realmente elevados. Solo les falta poner precio al aire que se respira en sus interiores. Los abusos también se ven en numerosos colegios particulares que, aparte de la matricula y las mensualidades, piden monto “extraordinarios” por cualquier motivo.
Los uniforme los venden ellos y cobran lo que les de la gana. La exigencia de comprar libros nuevos, y a precios elevados, viene de hace tiempo y todo el mundo sabe que se trata de un negociado descarado de los colegios y las editoriales.
Se ha hecho siempre a vista y paciencia de las autoridades educativas que, como todo el mundo, no desconocían el problema. Sin embargo, recién se han animado a actuar ante el escándalo provocado por un informe periodístico que revelo las mareras casi delincuenciales de actuar de muchos implicados.
Representantes de editoriales proponiendo abiertamente porcentajes a los profesores y al colegio para que obliguen a los sufridos padres de familia, por los que no tienen compasión, a comprar estos textos cada año. Si un alumno cuida su libro y no lo raya ni lo escribe sobre el con lapicero, como se nos enseño desde pequeños, los mismos profesores metidos en el negociado se encargan de marcarlos hasta con plumón, para que no pueda servir el año próximo al hermano menor y así el papá tenga que compra uno nuevo. ¿Eso son los profesores y directores encargados de formar moral y éticamente a nuestros hijos? ¿No era que enseñar se trataba de un apostolado? Actitudes tan bajas deben comenzar a ser erradicadas y, para eso deben ser denunciados por los profesores honestos, que somos la mayoría, y los mismos padres de familia que, muchas veces, callan para que sus hijos no sean avergonzados ante sus compañeros por esas personas que dicen llamarse profesores.

Por Alan Reyes.