viernes, 11 de noviembre de 2016

JOSE MARÍA ARGUEDAS VIVIÓ EN YAUYOS EN 1929 Y 1930 Y ESCRIBIÓ SOBRE LOS PUEBLOS DE LOS YAUYOS.





JOSE MARÍA ARGUEDAS, UNO DE LOS ESCRITORES MAS IMPORTANTES DE LA LITERATURA PERUANA Y LATINOAMERICANA ESTUVO EN YAUYOS. VIVIÓ Y ESCRIBIÓ SOBRE LA FORMA DE VIVIR DEL HOMBRE YAUYINO Y SU COMPROMISO CON LA TIERRA Y LA NATURALEZA.
En el largo del peregrinaje de Víctor Arguedas Arellano, padre de José María Arguedas como abogado, por gran parte de la región andina, al volver a Lucanas se enteró que su hijo era maltratado por su esposa y su hermanastro, manifiesta el autor de Los Ríos Profundos. “En 1923 empezamos a viajar con mi padre. Mi hermano Arístides estudiaba en Lima con la pequeña pensión que mi padre recibía por sus servicios al Estado. Viajamos a Ayacucho ida y vuelta, 12 días a caballo; luego a Huaytará 5 días a caballo y uno en camión; de allí a Yauyos de este lugar mi padre se trasladó a Cañete y a Puquio, donde murió en 1931.
Estuve en Abancay, en 1924-1925 y mi padre en Chalhuanca” (1) Los continuos viajes que hacía el niño José María, no tuvo estabilidad para estudiar en un solo lugar. Recibió clases en Abancay y Huancayo en este último en 1928, cursó el 3º año en el colegio “Santa Isabel”, por entonces tenía 17 años. 
Viajó y estudió en Ica, Yauyos y Lima. Concluido sus estudios ingresó a la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos e inició la invetigación sobre el indio causándole irritación, hasta entonces nadie había escrito acerca del indio tal como era, con sus defectos y virtudes; él hizo la promesa de hacerlo en el tiempo que le quedaba de vida. En su largo peregrinaje fue nutriéndose de experiencias, ideas y costumbres de personajes que fue volcando en sus obras. 
En todo el viaje observó las montañas tutelares como caravanas geológicas cruza silencioso el territorio peruano, por ejemplo la profunda quebrada de Yauyos, de kms del río Cañete, que como una sierpe serpentea torrentoso y los riachuelos como hilos fluyen en manantiales y transporta el agua cristalina, reflejando las idas y venidas del sol decadente. 
Este paisaje hermoso e incomparable le dio ideas para escribir en 1958 el libro “Los Ríos Profundos”, que describe los pueblos por donde José María peregrinó al lado de su padre. Tiene una profunda dimensión autobiográfica como clave interpretativa, porque relata su vida por los distintos pueblos donde vivió pasando momentos de tristeza, sufriendo el frío, hambre, cansancio y el calor sofocante del valle. 
 En 1927 se matricula en Yauyos, para continuar sus estudios. Escribe “Los Ríos Profundos” y dice:”… Yauyos está en una quebrada pequeña, sobre un afluente del río Cañete. El riachuelo nace en uno de los pocos montes nevados que hay en ese lado de la cordillera; el agua baja a saltos hasta alcanzar el río grande que pasa por el fondo lejano del valle, por un lecho escondido entre las montañas que se levantan bruscamente, sin dejar un claro, ni una hondonada. El hombre siembra en las faldas escarpadas inclinándose hacia el cerro para guardar el equilibrio. Los toros aradores, como los hombres, se inclinan; y al final del surco dan la media vuelta como bestias de circo, midiendo los pasos”. “En ese pueblo, el pequeño río tiene tres puentes: dos de cemento firmes y seguros, y uno viejo de troncos de eucalipto cubierto de barro seco. Cerca del puente viejo hay una huerta de grandes eucaliptos. De vez en cuando llegaban bandadas de loros a posarse en esos árboles. Los loros se pendían de las ramas; gritaban y caminaban a lo largo de cada brazo de árbol; parecían conversar gritos, celebrando su llegada. Se mecían en las altas copas del bosque: pero no bien empezaban gozar de sosiego, cuando sus gritos repercutían en las rocas de los precipicios, salían de sus casas los tiradores de fusil; corrían con el arma en las manos hacia el bosque. El grito de los loros grandes sólo lo he oído en las regiones donde el cielo es despejado y profundo”. “Yo llegaba antes que los fusileros a ese bosque de Yauyos. Miraba a los loros y escuchaba sus gritos. Luego entraban los tiradores. Decían que los fusileros de Yauyos eran notables disparando en la posición de pie porque se entrenaban en los loros. Apuntaban, y a cada disparo caía un loro; a veces, por casualidad, derribaban dos. ¿Por qué no se movía la bandada? ¿Por qué no alzaban el vuelo al oír la explosión de los balazos y ver caer tantos heridos? Seguían en las ramas, gritando, trepando, saltando de un árbol a otro. Yo hacía bulla, lanzaba piedras a los árboles, agitaba latas llenas de piedras; los fusileros se burlaban; y seguían matando loros, muy formalmente. Los niños de las escuelas venían en grupos a recoger los loros muertos; hacían sarta con ellos. Concluido el entrenamiento, los muchachos se paseaban por las calles llevando cuerdas que cruzaban todo el ancho de la calle; de cada cuerda colgaban de las patas veinte o treinta loros ensangrentados”. 
De esta manera, José María Arquedas describe las costumbres de los pobladores de Yauyos, el modo de arar con los toros en las empinadas falda de los cerros. Describe la forma cómo las aguas bajan de los cerros con saltitos intermitentes que forman de los ríos, las quebradas y el cielo límpido de las mañanas de Yauyos, Muchas veces llegó hasta “Ñaupahuasi”, estudiar la forma de trabajo de los antiguos Yauyos, que construyeron una ciudad de piedra y barro, cientos de años antes que llegaran los inkas. Allí vivía el gran Jefe, que gobernaba la Nación de los Yauyos dividido en Janan, Jatun y Jurin Yauyos. Una nación emblemática que todavía queda su idioma: el Jaqaru.